sábado, 4 de marzo de 2017

Brad Mehldau: respirando música

El pasado 28 de febrero el trío del revolucionario pianista Brad Mehldau realizó un impresionante concierto que pasará a la historia cultural de nuestra ciudad.

A veces el silencio es muy ruidoso. Cuando toco trato de escuchar al público. No se merece menos’, dice Brad Mehldau en las notas incluidas en su disco ‘10 Years Solo Live’. Y yo allí, sentado a escasos tres metros de él, pensaba a ratos en esa frase y, aunque me concentraba en escuchar, también me preocupaba el que posiblemente yo, junto a las otras 164 almas que me acompañaban, representábamos ese ruido silencioso, esa energía muda de la que parece alimentarse noche tras noche, en cada auditorio, en cada teatro. En Clasijazz, en esta ocasión.
Cuenta Pablo Mazuecos  que llevaba más de ocho años tras su ídolo, soñando con esas dos horas que pasaron a una velocidad más vertiginosa que los dedos del propio pianista. Arduas gestiones, negociaciones a alto nivel y sobre todo mucha tenacidad hicieron posible su sueño.
Allí estaba un renovador del lenguaje jazzístico en las dos últimas décadas, sucesor de Kelly, Evans, Monk o Jarrett, aunando con una maestría rayana en lo cósmico músicas tan dispares como lo experimental de Radiohead, el pop beatlemano – su amor por las melodías de McCartney es indudable – con la tradición jazzística, dosis de blues y sin olvidarnos de influencias clásicas como Bach o Brahms.
De negro, delgado, etéreo y con mirada inquietante, apareció como de la nada, con sus compañeros de mil batallas Larry Grenadier y Jeff Ballard, dirigiéndose hacia el Steinway. Se sentó en la extrañamente baja banqueta, adoptó su pose característica de cabeza medio ladeada y sus manos comenzaron a acariciar el teclado. El viaje estaba a punto de comenzar.
La inicial ‘Gentle John’ era un funk suave y parecía estar pensada para ir introduciéndonos poco a poco en su universo. Con ‘Strange gift’ comenzó su recital de mano izquierda, con la que literalmente nos hipnotizó con arpegios imposibles, mientras desarrollaba una bellísima melodía  con la diestra - por momentos me recordaba a Falla - secundado por Grenadier. Personalmente opino que Brad, a nivel mental, tiene una sola mano con diez dedos, y una mente capaz de dominar el movimiento de cada uno de ellos a su antojo. No le encuentro otra explicación.
A esas alturas ya nos habíamos zambullido en su mundo lleno de sutilezas, extremada sensibilidad y de juegos con la dinámica que nos conducen a todos a compartir con él y su banda los clímax más absolutos. Un tema de Ballard sin bautizar nos introdujo en toda una vorágine rítmica, donde los tres músicos parecieron fundirse en uno.
Como todo amante de la buena música, Brad explora los tesoros de Brasil, y nos regaló su versión del ‘Valsa Brasileira’ de Buarque y Lobo, pero mentiría si dijese que no sentí una emoción especial cuando sonaron los primeros compases de ‘And I Love Her’. Creo que nadie como Brad explora tan inteligentemente las melodías de Macca y esta no fue excepción. Con otros dos temas propios y también sin nombre, el concierto tocaba a su fin. Nuevamente la izquierda del pianista parecía independizarse de su dueño, manteniendo un electrónico arpegio mientras hacía diabluras con su otra mano. Con la balada final nos hizo viajar desde el mejor Bill Evans a momentos de piano solo cercanos a Debussy.
Nunca sabremos si fue el calor del público lo que hizo que cayesen tres bises: ‘West coast blues’ de Montgomery, con solo de Jeff  incluido, un envolvente ‘River man’ y de postre ‘It Might As Well Be Spring’, el standard con el que comenzaba primer disco como solista, hace más de veinte años.
Tras los últimos saludos y retirándose tan felino y silencioso como llegó, todo eran miradas cómplices entre la gran familia que formamos los habituales de Clasijazz. No necesitábamos hablar y parecíamos levitar unos centímetros sobre el suelo de la sala, manteniendo la respiración, asimilando el vendaval de música que acababa de golpearnos en lo más hondo de nuestras almas. Durante la vuelta a casa no dejaba de pensar en la paradoja de esta pequeña ciudad en la que la atención de la mayoría se focaliza en un ruinoso equipo de futbol que solo depara disgustos y no aprecia como su valor cultural progresa día a día. Será cuestión de seguir haciendo ruidoso silencio hasta que nos escuchen.


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