viernes, 6 de octubre de 2017

Jorge Pardo, benditos experimentos

En plena adolescencia un joven flautista madrileño se plantó a principios de los setenta en los estudios de Popular FM. Su intención no era otra que conocer en persona a ese locutor al que tanto admiraba y que pinchaba una música que  empezaba a interesarle, el jazz. El locutor era Juan Claudio Cifuentes, y ese joven aspirante a músico Jorge Pardo.

Desde entonces este inquieto artista ha ido progresando, paso a paso, con tesón y talento, hasta convertirse en una de nuestras figuras más internacionales. Más de cuatro décadas han pasado desde esa anécdota, los suficientes para que cualquier artista acabe apoltronado, preso de sus hábitos o muerto de éxito. Eso no ha ocurrido con Jorge Pardo, aunque ya lo intuía tras escuchar sus últimos experimentos sonoros como este ‘Djinn’ que nos presentaba en el Cervantes.

El telón del teatro se alzó y con una luz tenue se vislumbraba el fondo del escenario dejando a la vista su aspecto de vieja taberna. Cuatro compadres se acercaron a la barra comenzando a cantar una soleá, golpeando las viejas maderas, hasta que un quinto los recondujo hacia su lugar, el espacio escénico donde se iba a iniciar toda una aventura sónica. Esa soleá se prolonga durante veinte mágicos minutos, aferrándose su esencia pero adelantándose al futuro. Seguro que si El Borrico, el Talega o el tío Ricardo levantasen la cabeza sonreirían socarronamente al reconocer sus cantes. Pero, a su vez, quedarían extrañados de que gentes de otra galaxia se los hubiesen apropiado. Y es que las sonoridades que nos asaltaron a partir de ese momento nos crearon la extraña sensación de asistir a un viaje en el tiempo en el que no terminaba uno de decidir si la fecha en el DeLorean se había fijado ochenta años antes o después de nuestros días.
Ya en ese primer envite Jorge dejó claro que él es una pieza más – de importancia vital, eso sí – en el engranaje de espectáculo. Cada uno de sus músicos iba tomando las riendas con suavidad, y sin darte cuenta Tony Romero te iba atrapando con sus teclas e incluso su voz acompañando los solos llenos de flamenco y psicodelia. Discreto – y quizás algo falto de volumen – el gran Ramón Barranquero conseguía extraer de su guitarra flamenca sonidos impensables. En la contundente sección rítmica el bajo de Pablo Báez mandaba, dejando volar al joven David Bao, que impresionó con su dominio tras los tambores - proviene de familia de sobrada solvencia en las lides rítmicas de rock de nuestro país-, no dejando de crear sin perder el complejo pulso de esas amalgamas rítmicas.
La banda consiguió mantenernos con la respiración contenida en una sucesión de extensos temas y desarrollos instrumentales complejos y emocionantes, con algunas melodías provenientes del ‘Djinn’ y otras que eran fruto de la misma experimentación e improvisación del momento, repartiéndose el maestro Pardo entre sus saxos y flautas, y el lanzamiento de samples en sus ratos libres.

Difícil destacar algunos momentos por encima de otros pero me impresionó, por ejemplo,  “Recordando al Borrico” con sus momentos de dureza de los hammond de Romero, recordándome a los más grandes del prog, pero sobre unas bases armónicas y rítmicas muy alejadas de lo británico. Mención aparte merece esa ‘Taranta in Blue’ donde la comunión entre teclados y flauta se tornó casi mística.
No soy docto en flamenco, lo mío es el jazz, por lo que no me extenderé en explicaciones en esa materia, pero sonaron tanguillos y unas bulerías en recuerdo de Paco de Lucia, Camarón y de la Perla de Cádiz.
Para el final se reservó ‘Afrokrisnabeat’ - de su anterior disco ‘Historias de Radha y Krishna’-, donde primaba la mezcla con lo oriental y cierto sabor a Coltrane, a ese amor supremo por la pureza de la mezcla que Jorge tan bien sabe entender.
Concierto redondo, serio, sin concesiones, con alma y sentimiento. De los que dejan huella. Dice el propio músico en el libreto de su disco que en la física cuántica el observador es capaz de modificar el resultado de un experimento y, por extensión, lo atribuye a los espectadores de sus conciertos, así que marché contento de haber sido parte activa de lo sucedido. Benditos experimentos.



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