martes, 18 de diciembre de 2018

Perdiendo los papeles


Si me dedicase a la crónica política, acontecimientos recientes en nuestras instituciones podrían relacionarse con el título de este artículo. Pero no, la historia no va por esos derroteros aunque yo piense que, efectivamente, esos papeles se están perdiendo.
Lo mío es más literal: ¿Acabará el uso del papel?. Se viene repitiendo desde hace años, aunque se sigue usando. Recibir el último número de la única revista especializada en jazz de nuestro país que continúa editándose en este formato, Más Jazz, me ha hecho recordar lo importantes que han sido los quioscos de prensa para mi formación cultural. Quizás más que cualquier biblioteca.
Recuerdo la emoción cuando mis padres me compraban los primeros Mortadelos. Creo que aprendí a leer con Ibáñez. De las tiras cómicas pasé a la ilusión semanal de los fascículos y mis visitas al quiosco de la Rambla Alfareros -  regentado por el padre de mi amigo Francisco Manuel – para comprar la enciclopedia de Jacques Cousteau, de bellísimas ilustraciones, que jamás logré completar. Más tarde, con las colecciones de libros, comenzaron mis lecturas más serias. Mi juventud se llenó de suspense y monstruos con aquella Biblioteca del Terror de tapas negras y letras de un sangriento color rojo. Y en la era de la incipiente ‘micro informática’ nunca faltó mi visita semanal para agenciarme el PC World, PC Magazine o cualquier revista que comenzase por esas entonces dos mágicas letras.
Y, por supuesto, gracias a las colecciones de vinilos mi cultura musical subió muchos enteros. El mejor complemento a la sabiduría del maestro Cifuentes era la colección Maestros del Jazz; y Maestros de la música me acercó mucho más a Beethoven y Mozart que la asignatura de música del instituto.
Bazares de las maravillas, fuentes de conocimiento sin fin en los que convivían portadas de banales revistas, o las muy subidas de tono – en cierta época exhibían más cuerpos desnudos que cualquier playa nudista – con sesudas colecciones de literatura y filosofía, o hasta cursos de ganchillo. Esas sucursales de la biblioteca de Alejandría regentadas por un amable quiosquero han ido languideciendo poco a poco, aunque persisten heroicamente unas pocas esparcidas por cada ciudad.
En esta época – llena de ventajas, no me quejaré de vicio – en la que los compradores de publicaciones en papel empiezan a ser considerados excéntricos, quería aprovechar mi último artículo del año para rendir homenaje a esos templos del saber que siempre hemos tenido a la vuelta de la esquina. Puede que hoy te hayas acercado a uno de ellos a comprar este diario donde me estás leyendo.

martes, 11 de diciembre de 2018

Dejadme que os entretenga


Se apagaron las luces y comenzaron a revivir en la pantalla canciones e historias sobre cuatro tipos que marcaron mi adolescencia, y ya sabéis lo que afecta todo en esas edades de atolondramiento, acné y primeros amores. Mientras Freddie despertaba en la mañana del día en que asombraría al mundo en Wembley, yo recordaba una madrugada del 80 en la me vi obligado a escuchar a escondidas un disco de equivoco nombre. El motivo de esa clandestinidad era un castigo paterno que supo acertar donde más me dolía, una privación temporal de la música. Esperé a que toda la familia durmiese y entonces, con alevosía y nocturnidad, la electrizante voz de Mercury entonó para mí los cánticos a Alá de aquel exótico Mustapha. Una broma musical que actualmente, tal y como está el patio, podría haberle costado un disgusto. Así pues, Jazz fue mi bautizo con La Reina
Ahora, a casi cuarenta años de ese momento, vuelven a la palestra gracias al polémico ‘biopic’ Bohemian Rhapsody, un film muy recomendable como producto cinematográfico y una gozada a nivel musical, con detalles muy cuidados en ese aspecto. Su punto flaco, quizás, el repaso algo deslavazado a los acontecimientos más relevantes de esta banda legendaria, centrándose demasiado en su miembro más carismático, controvertido y, lo más importante, mas muerto.  Soy de los que opinan que el genio de voz cristalina, poses provocadoras y alma de cabaretera nunca fue su líder absoluto; para mi Queen se alimentó siempre de cuatro diferentes personalidades al servicio de una de las factorías más sobresalientes y extravagantes de la historia del rock.
Con ese disco, decía, comenzó mi idilio con ellos, quizás por acoger muy diferentes estilos en un solo vinilo. Maravillosas baladas como Jealousy o In only seven days, rock contundente en If you can´t beat them o la metalera Dead on time, acercamientos tempranos al funky-disco con Fun it y divertimentos atrevidos en Fat bottomed girls o la simpática Bicycle Race, con esas señoritas en topless que ahora no pasarían la censura de la policía de lo correcto. Nunca imaginé entonces que la energética Don´t stop me now pudiese formar parte de una reciente campaña política en nuestro país. Y al final, aunque ellos lo negasen, sí que sonaba un poquito de jazz en la deliciosa Dreamer´s ball, que alberga estructuras y sonidos que cabalgan entre el blues y el swing manouche.
Cuando la película finalizaba me emocionó ver a mis héroes saludando a la multitud en el famoso Live Aid. Y pensé que, como Freddie cantaba en los directos de esa época, lo único que deseaban aquellos cuatro fantásticos era entretenernos

martes, 4 de diciembre de 2018

¡Mas gaita, por Tutatis¡



Pisa con fuerza marcando el ritmo sobre el escenario, aferrándose a su instrumento como si le fuera la vida en ello y logrando extraerle lamentos que nos erizan la piel. Adopta poses que nos recuerdan a dos Jimmys legendarios, Hendrix y Page. No hace mucho Carlos Nuñez declaraba  la gaita era la guitarra eléctrica de la edad media” y no le falta razón a uno de los músicos más inteligentes y virtuosos con los que nos podamos topar hoy en día, alguien que desprende una magia especial nada más comenzar a escucharlo.
Pero no solo el talento te lleva al éxito, también la diosa fortuna tiene que esbozar una sonrisa, y le sucedió, en plena adolescencia, cuando Paddy Moloney - gaitero de The Chieftains  - se fijó en él tras una audición en el conservatorio donde estudiaba. Al siguiente encuentro, en su Galicia natal, fue invitado ya a tocar con la mítica banda irlandesa, que pasaron a transformarse en unos padrinos ideales para alguien que deseaba profundizar en las raíces de la música celta.
Sus coqueteos con el pop - su música ha sido incluso sintonía de La Vuelta – puede que oculten la enorme figura que hay tras ese simpático y extrovertido flautista y gaitero que, haciendo realidad el eslogan de la sidra, ya es famoso en el mundo entero.
Desde su debut con el delicioso A irmandade das estrelas este vigués universal no ha parado de investigar, tratando de conservar las tradiciones del folk gallego y conectarlo con otras músicas. En Os amores libres, disco muy interesante, coqueteó incluso con el flamenco. Me  enamoró su colaboración con el gran Roger Hodgson en el exitoso Mayo longo. En Almas de Fisterra se acercó a las tradiciones de la bretaña francesa y, tras probar Mar adentro con Amenabar, incursionó de lleno en el séptimo arte con Cinema do mar. Incluso viajó al país del futbol y la samba para, con Alborada do Brasil, establecer conexiones entre lo celta y lo brasileiro.
Su último disco, Inter celtic, lo define como la música celta del futuro, colaborando nuevamente con sus queridos The Chieftains, los míticos Alan Stivell o Ry Cooder, e incluso probando sonoridades cercanas al jazz rock. Y acaba de publicar La hermandad de los celtas, un libro donde recoge todas sus investigaciones.
Muy pronto vamos a poder disfrutarlo en el Cervantes de nuestra capital y, muy al contrario que el bardo Asurancetúrix, aquel al que los galos maniataban sistemáticamente en todas sus celebraciones, los conciertos de Carlos Nuñez son un antídoto frente al aburrimiento, una fiesta de la música, la diversión y el buen gusto.
Yo de vosotros no me lo perdería,¡¡¡ por Tutatis !!!

martes, 27 de noviembre de 2018

Tres por cuatro = Gómez


Lo conocí con quince años y ya daba vértigo verlo tocar la guitarra. Se estrenó inoculando funk al 25 de diciembre en Guitarra de Navidad y no ha parado desde entonces, con temas originales en el fantástico Aires de Mar, demostrando que coplas y pasodobles casan a la perfección con el jazz en Alcalá Street o sin dejar títere con cabeza en el séptimo arte, de Morricone a Williams, en Lights, camera, versión.
Antonio Gómez es almeriense por los cuatro costados pero cada vez más universal. De técnica exquisita y fraseo impecable hasta en sus momentos más vertiginosos, le adivinamos ecos de Knopfler, filtrados por Metheny, con un profundo conocimiento de clásicos como Django, Montgomery o Benson. Pero, a estas alturas, ya con su propio y genuino estilo.
Nos presenta nuevo disco, un nuevo reto. Tras años de carrera  acumulando un buen número de composiciones en ternario, se percató de una norma no escrita que impide incluir más de un tema o dos en cada concierto si van en compás de 3/4, no existiendo esa cortapisa en el aceptado 4/4. Y se propuso un objetivo matemáticamente perfecto: agrupar en un mismo trabajo doce temas en esa métrica. Si sois de EGB – por el resto no pongo la mano en el fuego – os saldrá la multiplicación. Jugando con patrones rítmicos diferentes consigue que el oyente se deje llevar por la originalidad de sus composiciones y que, al terminar la escucha de este ‘3x4’, – a la venta el próximo 29 de noviembre – hayamos olvidado esa teórica uniformidad en la medida.
Encontraremos aires funk en el inicial Two Jack Lake o El mirador del castillo, baladas mágicas como Trasluz o Porvenir, divertidos experimentos rítmicos en ¿Por qué te vals? o Despierto, medios tiempos methenianos muy ‘smooth’ dentro de Vital Alarm y La espera, o aires flamencos en Pa Jorge. A buen seguro sus dos retoños están detrás de la Nana para un sueño, el bellísimo tema a piano y guitarra que cierra el disco.
Le acompañan en este rítmico viaje su más antiguo colaborador, el sólido Joan Massana al bajo, el ceutí David León, impecable tras los tambores y el gaditano Juan Galiardo, magnifico improvisador, en las teclas. Como invitados de lujo, el bopper granadino Antonio González al saxo y el maestro Jorge Pardo en la flauta, en el tema que le rinde homenaje.
En resumen, un trabajo que nos devuelve al Antonio Gómez compositor en su estado más puro, grabado prácticamente en directo, sin retoques y que nos deja claro que en el compás de 3/4 hay vida más allá de los valses de Strauss. Vamos, que yo el próximo Concierto de Año Nuevo lo sustituyo por este disco

martes, 13 de noviembre de 2018

Música o ventriloquia



No hace mucho tiempo un sujeto, que se autodenomina músico, opinaba en los medios de comunicación que el playback era la mejor solución para mostrar un trabajo discográfico. Su argumentación reside, atentos a la sandez, en que es mucha la inversión de una grabación para después sonar fatal haciendo un directo. No ha tenido en cuenta este payaso que si un músico lo es de verdad, suena bien en un escenario hasta tocando una botella de anís del mono. La música nació para ser interpretada en directo, frente a ese respetable que es quien mantiene el arte. Lo de este gañan es una estafa equiparable a la de esos políticos que dormitan o juegan al Candy Crush en el congreso: Mala gente. Vividores.
Todo esto viene al caso, por contraposición, para hablaros de músicos con mayúsculas. Como la nonagenaria Sheila Jordan, que ya en los 50 se codeaba con Charlie Parker y el otro día se plantaba en el escenario de Clasijazz, solo con su voz y Cameron Brown al contrabajo, ambos más que suficientes para llenar esa sala y para colmar el alma de cualquiera con sensibilidad.
Se abría así el Ciclo Internacional de Jazz de Otoño, organizado por esta asociación de nuestra ciudad, que suple un poco la ausencia de un festival de jazz que murió hace un par de años por falta de apoyo de nuestras instituciones. Cosa que no ha ocurrido – y lo digo con sana envidia – en nuestras vecinas Málaga y Granada, por ejemplo.
Y de la veteranía de la cantante norteamericana viajamos a la juventud de su compatriota George Burton, pianista que justo anoche desgranó también allí su propuesta post hard bop y experimental. Un quinteto neoyorquino de enorme calidad que presentaba su interesante disco The Truth Of What I Am.
Y esta noche, para finalizar el ciclo, el pianista alemán Pablo Held, aterrizará con una propuesta más intimista, en formación de trío y con el apoyo del gran Jorge Rossi al vibráfono.
Todos ellos son músicos de carne y hueso que se dejan la piel en los escenarios del mundo y la vida en los aeropuertos con el loable objetivo de compartir EN DIRECTO su música con nosotros. En este caso es jazz, pero otras también puede ser clásica, pop o rock. Da lo mismo. La autenticidad reside en el trabajo y la pasión que le ponen al mostrar sus propuestas.
Por cierto, el sujeto al que hago referencia al inicio – me niego a nombrarlo, evitando así que su nombre manche este texto junto al de los verdaderos y grandes músicos que si cito - recaló por nuestra ciudad hace unos días con su esperpéntica banda dentro de, esta vez sí, la programación cultural oficial de nuestro ayuntamiento. ¿No es terrorífico?

martes, 6 de noviembre de 2018

El hábito no hace al monje



Un elegante traje no hace al artista y un claro ejemplo lo tenemos en los últimos años del mítico trompetista Miles Davis.
A finales de los 70 y durante casi un lustro, Miles se mantuvo recluido cual ermitaño, consumiendo drogas y alcohol en cantidades que tumbarían a un elefante
. Y, a ratos,  dedicado también a la única afición que superaba su interés por la música: las mujeres.
De esa oscura temporada deja reflejo un reciente ‘bio pic’ llamado Miles Ahead (2015). Pero a mí sus obras me interesan más y he dedicado algún tiempo estas semanas a revisar las posteriores a su resurrección.
Al igual que Bowie, bautizado como el camaleón del rock, y desde antes que el glamoroso británico, Miles siempre encabezó cambios y mutaciones en el jazz. Por tanto, su vuelta no defraudó en ese sentido. Los ortodoxos, como siempre, estuvieron prestos al rasgado pertinente de vestiduras.
Y es que algún iluso pudo pensar que volvía para retomar el bop, el cool o el jazz-rock casi free que él contribuyó a crear a finales de los 60, pero el viejo zorro de Miles se calzó unas enormes gafas de sol, se embutió en las prendas mas estrafalarias que pudo encontrar – y en los ochenta del pasado siglo era difícil destacar por ese motivo – y se lanzó de lleno a mezclar el funk-rock con el dance y la electrónica, usando cajas de ritmos y los más novedosos sintetizadores.
En su primer disco tras el regreso, The man with the horn (1981), ya anunció cambios, pero fue con las siguientes grabaciones, Decoy (1984), You´re under arrest (1985) y, sobre todo, Tutu (1986) con las que dio la campanada.
En definitiva, encauzó su nueva visión del jazz hacia lo que en ese momento se cocía en el mundo de la música. Se le acusó de vendido a lo comercial, pero estamos hablando de Miles Davis quien, para empezar se supo rodear de algunos de los mejores músicos del momento: John Scofield, Marcus Miller, Robert Irving III, Bill Evans o Darryl  Jones. Y para seguir, sus composiciones y su trompeta, más lírica y cristalina que nunca, mantenían la calidad y originalidad, aunque adaptándose a los días en que lo digital mató a la estrella analógica.
Haced la prueba y pinchad cualquier disco de pop de mediados de los 80 y, a continuación, un tema como Tutu o Full Nelson. El abismo es tan enorme como el que producen los garabatos de un niño frente al Guernica de Picasso.
De no haber sucumbido poco después a una hemorragia cerebral no sabemos que mas podía habernos deparado ese gurú de la trompeta, el hombre que demostró que la elegancia no estriba en el traje que llevas puesto.

martes, 30 de octubre de 2018

No hay excusa



A los amantes del automovilismo los imagino disfrutando con la evolución de motores y pilotos, sin pasar la vida rememorando a Fittipaldi o Ayrton Senna. También el aficionado al tenis goza con Nadal o Federer, aunque recuerde con nostalgia los clásicos Becker-Edberg en Wimbledon. De igual forma, los auténticos melómanos intentamos no anclarnos al pasado. Cualquier tiempo actual mañana será pretérito, y el ser humano, si algo bueno tiene, es que nunca deja de crear, para bien y para mal.
Me apenan los que no salen de The Beatles o los Stones, los viejos fans del prog para los que nunca hay nada mejor que Floyd o Genesis.
Descubrir a los polacos Riverside, como en otros momentos hallar a The Dear Hunter, Spock´s beard o Barock Project, es motivo de alegría, porque ante mí se abre un nuevo mundo de fantasía, nuevas melodías y novedosos enfoques de un estilo que, por mucho que algunos se empeñen, nunca ha muerto del todo.
Si escuchamos con atención a Riverside desde su primer disco, Out of myself (2003), nos percatamos de que no marean con largos y complejos solos ni amalgamas rítmicas sin sentido, sino que nos envuelven y hacen disfrutar de unos desarrollos musicales complejos pero para nada plomizos. En su propuesta todo cabe, desde acercamientos al pop hasta toques muy metaleros, todo ello sin la necesidad de ceñirse a la sobada fórmula de estrofa, estribillo y solo. Lo dice alguien que disfruta como el que más con un sencillo rock´n´roll ‘sin mariconadas' y que me perdonen los millenials sensibles por la expresión.
La tragedia ha marcado a la banda recientemente con la pérdida de su guitarrista, el gran Piotr Grudziński, pero sus otros miembros, con su bajista, cantante y principal compositor al frente, el genial Mariusz Duda, han sabido reponerse del trauma y acaban de facturar el maravilloso Wasteland, un disco apocalíptico y con la tristeza sobrevolando todas las canciones. Pocas veces me ocurre que un disco me obsesione durante días. Este ha sido uno de ellos.
Su inicio “a capella” con la folklórica The day after enlazada a un potentísimo Acid rain, han sido clave. Llegar a despertarme alguna noche con el riff de Vale of tears martilleandome es posible que también tenga algo que ver.
El disco no tiene desperdicio, con el épico Lament, la potente instrumental The struggle for survival o la sensible River down below. La homónima, de ambientes muy far west, me hizo retomar hace unos días el ‘mundo Morricone’.
Todos los que añoráis el pasado con la vieja cantinela de 'ya no se hace música como la de antes' no tenéis excusa: ya sabéis que disco tenéis que escuchar.


martes, 23 de octubre de 2018

¡ Silbad, silbad malditos !


La reciente visita de Claudia Cardinale a nuestra ciudad y la escucha del último disco de Riverside – dos hechos sin conexión aparente – han activado mi memoria musical. Nada es capaz de emocionarme más rápido que una combinación de notas y a veces no necesito grandes orquestas ni complejos sintetizadores. Solo un sencillo silbido.
Y cantidad de recuerdos me asaltan cuando Alessandro Alessandroni comienza a silbar la melodía principal de Por un puñado de dólares: mi padre, su afición al cine, mis primeras películas con él llevándome de la mano al ya desaparecido Cine Imperial, o las viejas cintas familiares de Súper 8, donde se colaban con frecuencia las composiciones de un tal Ennio Morricone. ¿Recordáis los dispositivos de ocho pistas, formato tan popular en EEUU como poco extendido aquí? Mi padre lo puso en casa a principios de los setenta y en uno de esos cartuchos escuche sin cesar en mi niñez todo ese repertorio de silbidos, guitarras eléctricas limpias y poderosas, y percusiones que evocaban cabalgadas, no por el far west sino por el cercano desierto de Tabernas.
A Morricone le fue a buscar Sergio Leone cuando ya tenía cierta experiencia como arreglista y en su encuentro descubrieron que habían sido compañeros de colegio en la infancia. Quizás esa camaradería que da compartir pupitre y recreo hizo surgir a una de las parejas más fructíferas en lo que a comunión entre cine y música se refiere. Juntos hicieron algunas películas de pocas palabras y muchas miradas. De tipos duros, antihéroes sucios y sudorosos, y donde las partituras de Ennio eran un personaje más, compitiendo en protagonismo con Eastwood, Volonté o Van Cleef.
Aunque con los años Morricone fue ganando en finura y maestría compositiva, creando mas grandes páginas de la historia cinematográfica, para mí nunca superarán la magia de los ambientes tex-mex conseguidos en la melodía de Por un puñado de dólares, la tensión vibrante de La resa dei conti, o el mítico tema principal en La muerte tenía un precio, donde el crudo sonido del arpa de boca se mezcla con el dulce silbo, las guitarras, los látigos y la percusión logrando transportarnos a un banco de El Paso. Y si queréis una lección de épica musical preguntad a los de Metallica por qué abren sus shows desde hace años con The ecstasy of gold, de El bueno, el feo y el malo.
La verdad, no puedo imaginar a nadie con sensibilidad que no se conmueva con esta música, pero sí que conozco a un individuo al que los silbidos le ponen nervioso. Creo que para esta navidad voy a regalarle toda la banda sonora de la trilogía del dólar.


martes, 16 de octubre de 2018

Dios y la pausa para el café


Si algo tengo claro desde la música comenzó a marcar mi vida es la certeza de que en ella no existe la pureza. Por eso me hacen tanta gracia los ortodoxos de tal o cual estilo musical rasgándose las vestiduras en cuanto detectan el más mínimo sonido en ‘su música’ que les haga distraerse en su sacrosanta audición.
La música, desde sus orígenes, ha sido mestiza y bastarda. Si los compositores barrocos no hubiesen bebido de fuentes populares no habrían construido sus maravillosas catedrales sonoras. Si los negros norteamericanos no hubiesen fusionado sus cánticos y ritmos africanos con la estructuras del lied europeo y las armonías del country ¿de dónde narices iba a haber surgido el jazz?.
Nunca renuncio a un buen potaje musical si los ingredientes combinan bien y sus chefs saben lo que se traen entre manos. Por eso soy ferviente admirador de Esbjörn Svensson Trío,  tres suecos que para nada se hicieron los ídem tomando riesgos.
En sus comienzos no distaban mucho de otras formaciones nórdicas, bebiendo de clásicos como Evans o Jarrett y ciertos toques ‘a lo Metheny’. Pero supieron encontrar la senda para ser diferentes sin perder de vista la tradición, como yo creo se deben abordar todas las fusiones, y el pianista Esbjörn Svensson, el contrabajista Dan Berglund y el batería Magnus Öström comenzaron a aportar a sus composiciones influencias del rock, del pop y de la electrónica, integrándolo todo con  naturalidad.
Se vislumbró el cambio en su segundo disco - en su día me lo recomendó mi amigo Eduardo Mortensen - , un homenaje a Monk donde se llevaban a su terreno las composiciones del mas díscolo del bop. Pero explotaron en discos como From Gagarin´s point of view (1999) con su envolvente tema poniéndonos en la piel del primer humano en el espacio, Good Morning Susie Soho (2000), Strange place for snow (2002), con su un himno para los muy cafeteros llamado When god created the coffeebreak, o el impresionante Seven days of Falling (2003) y el tema homónimo cuya melodía siempre te pilla desprevenido.
Solo una vez tuve la fortuna de disfrutar de su directo, en el coqueto Teatro Principal de Vitoria y recuerdo haber salido emocionado tras una de las mejores experiencias sonoras de mi vida. Justo un año después, el mazazo: quien daba nombre a lo que se dio en llamar E.S.T., fallecía en un accidente de buceo en Estocolmo.
La vida sigue y sus compañeros acaban de editar un directo sinfónico con parte del repertorio, pero el proyecto pereció bajo el frio mar Báltico. Dios quiso que la pausa para el café fuese más larga de lo que los amantes de la buena música hubiésemos deseado.


martes, 9 de octubre de 2018

Visiones internas

La música a menudo nos ayuda a soñar con colores, paisajes o, en definitiva, imágenes. Las ‘innervisions’ a las que se refería Stevie Wonder. Sensaciones para las que está demostrado que el sentido de la vista no es imprescindible.
Cuando hace unas semanas viajé a Jerez de la Frontera para ver en directo a una de mis bandas favoritas desde la adolescencia, Camel, no tenía claro quien estaba a los mandos de las teclas. Ese puesto, en su etapa más gloriosa estuvo ocupado por el mago Peter Bardens, y no imaginaba que el actual poseedor de la plaza, Peter Jones - ¿casualidad que comparta nombre con el maestro? - iba a impresionarme tanto.
La primera sorpresa me la llevé al constatar el hecho de que es invidente, pero inmediatamente me percaté de que eso era lo de menos en cuanto me dejé llevar por su musicalidad. Con Camel no solo tocó los teclados, sino también el saxo e incluso cantó algunos temas.
Nada más regresar me faltó tiempo para investigar sobre su vida y milagros y esas pesquisas me han descubierto a un compositor tan original como sensible  y a un multi-instrumentista virtuoso.
Paradójicamente, aunque Peter llevaba componiendo desde niño y actuando por bares en su juventud, su primer contacto serio con la industria musical le llegó en algunos de esos shows televisivos que tanto despreciamos los músicos. Para que entendáis mi asombro, imaginad en unos años al meloso Alfred ‘el triunfito’ formando parte de alguna potente banda de rock nacional. Y es que Jones -  a dúo con Emma Paine -  quedó finalista en dos ‘realities’ bastante exitosos de la TV británica y podía haberse dejado llevar por el éxito fácil en su faceta melódica. Sin embargo, decidió aprovechar ese empujón para regresar a lo que realmente llenaba su universo y se inventó un proyecto musical con nombre de mariposa, Tiger Moth Tales, en donde se encarga absolutamente de todo lo que suena.

Bajo ese nombre lleva ya tres maravillosos discos editados, Cocoon, Storytellers Part 1 y el más reciente The depth of Winter, en los que despliega todo su arsenal de imaginación y virtuosismo para, desde la originalidad, retrotraernos a pasajes que no escuchaba desde los mejores discos de progresivo de los setenta. Y además, saca tiempo para colaborar con estupendas bandas como Red Bazar o Barock Project.
Dicen que cuando alguien está privado de un sentido, los restantes se desarrollan mucho más. Estoy seguro de que a Peter le gustaría recuperar la vista, pero también vislumbro que su en imaginación dispone de imágenes maravillosas. Más de uno querríamos poder intuir esas visiones internas.


martes, 2 de octubre de 2018

El secreto de Apolo


Nadie conoce la fórmula para componer una canción de éxito. La piedra filosofal en el mundo de la música es casi más codiciada que la verdadera, ya que convertir un disco en oro es algo anhelado por muchos, pero por pocos conseguido.
Pero si hablamos de fórmulas, en nuestro país hubo una banda que durante unos años parecía conocer la pócima ultra secreta con la que cocinar esos ingredientes que hacen que una melodía se te quede incrustada en la sesera para toda la vida. Imagino que sabéis que hablo de Fórmula V.
¿Alguien llega a la playa buscando el sol y no tararea Eva María?. ¿De verdad que no os acordáis de Blas – no la ‘pareja’ de Epi, el otro – cuando salís algo perjudicados de una fiesta?. Y ¿a quién no se le eriza la piel añorando a un ser querido nada más escuchar los punzantes acordes de clavicordio de Cuéntame?
Pero hoy me apetece fijarme en otras canciones. Sería injusto llamarlas las perdedoras, pero son algunas que, siendo tan interesantes o más que los ‘hits’, quedaron escondidas en cada uno de sus discos, editados desde 1968 hasta su pronta disolución, en pleno éxito, en 1975.
Hablo de canciones como la cara B Vuelve a casa, versión del Come Home de los Dave Clark Five, o la psicodélica Jenny Artichoke, de los Kaleidoscope, ambas adaptadas al castellano por Paco Pastor, voz y cara conocida de un conjunto - así se les llamaba entonces - formado por magníficos músicos, como el guitarrista Quino de la Peña, el bajista Mariano Sanz - escuchad los bajos de Fórmula, hacedme caso - , el batería Tony Sevilla y el teclista Amador Flores.
Importantes también los inventores de muchos de sus éxitos, la dupla Armenteros / Nieto, que fueron los Lennon / McCartney del pop español. Precisamente del segundo es una balada, Solo sin ti, que merece ser reivindicada. Hasta Pastor hizo sus pinitos como compositor, con canciones como la sinfónica Recuerdos, en su tercer disco. Y en ocasiones abordaban el rock más gamberro, casi 'stoniano', con temas como Ha pasado el tiempo o Corazón solitario.
Pero si una canción me ha dejado boquiabierto en este repaso al corazón del pop patrio ha sido El hombre de poligoma, un blues surrealista compuesto para ellos por el humorista conocido ahora como Pepín Tre, con quien Paco, tras la ruptura de la banda, formó un reivindicable dúo, de tanta calidad como poco reconocimiento, llamado Don Francisco y Jose Luís.
Comencé diciendo que quizás Formula V poseyeron las claves para el éxito, porque está claro que lo lograron en muchas ocasiones, pero creo que, hoy por hoy, sigue siendo el secreto mejor guardado del dios de la música.


martes, 18 de septiembre de 2018

La sabiduría de las canas

No sé porqué, pero hay una tendencia muy generalizada a exigir al músico de rock su pronta retirada en cuanto se le detecta la primera cana o arruga. No existe tal apremio en otras profesiones, y eso que ya nos gustaría que determinados políticos se jubilasen en plenitud de facultades, para mayor tranquilidad de la humanidad.
Pero sería raro escuchar, en referencia a un competente científico octogenario por ejemplo, eso de ‘y este ¿no debía estar ya cuidando a sus nietos o tomando el sol en el parque?’. Incluso dentro del mundo artístico nadie discute que un buen escritor siga exprimiendo sus neuronas prácticamente hasta que ‘doble la servilleta’, o que un concertista clásico tenga que ser llevado casi en brazos hasta el escenario.
Quizás por nacer con la premisa de ser la música que el diablo concibió para corromper a los jóvenes, no se perdona la senectud en los que se dedican al noble arte del ‘rocanrroleo’.
Al hilo de todo esto ¿quién iba a pensar que, a sus setenta y seis primaveras, el beatle de la cara angelical – que ahora muchos graciosos comparan con la de Angela Lansbury – iba a seguir a día de hoy llenando estadios? O, como es el caso, grabando discos con nuevas canciones de indudable calidad.
Ni el propio McCartney, que con solo un cuarto de siglo componía ‘When I´m sixty four’ imaginándose con sus supuestos nietos Vera, Chuck and Dave en las rodillas, podía conjeturar que iba seguir paseando su palmito,
guitarra en ristre, oteando ya los ochenta.
Y esto viene a que lo último del maestro, ese “Egypt Station” recién salido de la mente del más grande compositor pop de la historia es, a mi entender, un estupendo trabajo.
Desde luego, no faltan sus típicas ‘sillylovesongs’, algunas algo subidas de tono como la cachonda ‘Fuh you’ o el single ‘Come on to me’, pero también aborda temas como el acoso escolar en la rockera ‘Who cares’, o la bravuconería indecente de Trump en la suite ‘Despite repeated warnings’. En las preciosas y acústicas ‘Dominoes’, ’Confidante’ y ‘Happy with you’ se torna reflexivo, homenajea a su guitarra o evoca su pasado con las drogas y lo compara con su felicidad actual. Y, por supuesto, demuestra que para hacer buenas baladas pianísticas, como ‘I don´t know’, ‘Hand in hand’ o ‘Do it now’, se las sigue apañando muy bien.
Tengan la edad que tengan, si un médico sigue curando, un arquitecto construyendo o un profesor enseñando, son respetados, así que no entiendo a los que desprecian una buena canción porque provenga de una voz algo temblorosa. Escuchemos más a nuestros mayores y algo aprenderemos.

martes, 11 de septiembre de 2018

Hablar y escuchar

Cuando los que sobrepasamos el medio siglo éramos jóvenes, comprar un disco triple representaba un verdadero milagro. Nos costaba dios, ayuda y toda la paga semanal adquirir uno. Llevarte tres de un golpe era un lujo asiático.
Pero mi primer contacto con Carlos Santana fue precisamente a través de un álbum triple que mi amigo Jose María trajo de Alemania, desde donde llegó en plena adolescencia intentando encontrar sus raíces en una Almería alejada y provinciana. El disco era un directo llamado Lotus, que en ese momento resultó demasiado denso para mis entonces vírgenes oídos. Diferente era uno de sus últimos lanzamientos en ese momento, Inner Secrets, donde descubrí Well alright antes de escuchar la versión de Blind Faith.
Pero la cuestión, que me desvío, es que en ese momento descubrí la música de ese energético guitarrista mexicano adoptado por EEUU como su ‘guitar latin hero’. De haber llegado en la ‘era Trump’, habría sido deportado en un santiamén.
Recuerdo haber reproducido hasta la saciedad su disco debut, de leonina portada y cargado de poderosos ritmos afro-cubanos mezclados con rock y psicodelia que, aún hoy en día, me sigue pareciendo uno de los mejores inicios de carrera en esto del rock. Tras él llegó Abraxas, también legendario  – ¿algún terrícola que no conozca Samba pa ti o el Oye como va? – que formó parte de la banda sonora de mi adolescencia.
Pero sorprendentemente, en la cumbre de su popularidad, Carlos Santana decidió dar un giro de 180 grados a su vida – bastante dislocada, entre sexo y todo tipo de drogas – y a su música. Influido por el gurú Sri Chinmoy – tras lo del Maharishi de The Beatles, si eras una estrella del rock y no tenías un guía espiritual, no eras nadie –, y por los consejos de su amigo John McLauglin, lanzó al mercado una trilogía que no dejó a nadie indiferente, discos que amas u odias: Caravanserai, Welcome y Borboletta. En ellos aunaba su siempre presente vena latina con largas improvisaciones cuasi jazzísticas, influencias orientales y estructuras más cercanas al progresivo que al pop-rock inmediato que venía haciendo.
Recuerdo haber pasado muchos ratos de charla, que a unos imberbes de quince años  nos parecía trascendente, en casa de mi amigo Paco Guillen, acompañados por los sones del ‘Love, devotion and surrender’ y tantas otras melodías etéreas y espirituales. En esa época, sin ordenadores ni móviles, los jóvenes nos reuníamos para realizar unas actividades que a día de hoy se tacharían de extravagantes: hablar y escuchar música. Y en muchas ocasiones era Santana el que nos daba la bienvenida.



martes, 14 de agosto de 2018

Competencia desleal


Hace poco leía en la prensa que un ex-cargo de la CIA pedía paciencia a Europa frente las payasadas de Donald Trump y se me vino a la cabeza el oficio de bufón, asociado sobre todo al medievo y encargado de entretener a los poderosos de cada época.
Quizás por tener ese cometido tan ingrato es un personaje que siempre ha escondido otra cara, asociada al sufrimiento y la pena. Y con las lágrimas de un bufón sobre un pergamino comenzó una de las bandas más legendarias del rock progresivo de los ochenta del pasado siglo y, por cierto y como curiosidad, precursores del crowfunding musical: Marillion
Acortando su nombre para evitar litigios con los herederos de Tolkien, estos británicos debutaron con una obra maravillosa -  que a mí me cazó en plena adolescencia - , en la que combinaban de forma fascinante lo heredado de sus mayores - Genesis, Yes o Crimson – con un sonido más duro y actualizado, y una letras cercanas a la crudeza de los tiempos que vivían, en contraposición con las temáticas mas fantasiosas de los antes citados.
Su cantante y letrista, Derek William Dick, un gigantón escocés que adoptó el pseudónimo de Fish, era el encargado de elaborar e interpretar esa poesía urbana en la que mezclaba referencias a drogas, alcoholismo, suicidios adolescentes, amores problemáticos o prostitución juvenil. La voz ‘a capella’ que inicia Script for a jester's tear y el mágico piano que la seguía de inmediato consiguieron que no dudase un instante en dejar mis ahorros en ese vinilo antes de que nadie más se hiciese con él.
Después vinieron otras joyas, como Fugazi - término referido a los marines que perdían su cordura en Vietnam - o su obra magna, Misplaced childhood, donde el cantante de escamoso apodo realizaba un lisérgico retroceso a su infancia y adolescencia y que contenía los dos únicos temas realmente exitosos de la banda, Keyleight y Lavender.
Fish, quemado por las giras, los abusos con el alcohol y con un sobrepeso alarmante, nadó hacia otras aguas dejando solo un disco más con la banda, igual de bueno que los anteriores. Sus compañeros decidieron continuar con nueva voz y otra historia musical, interesante pero diferente. Yo me quedo con los discos cantados por este hombretón de voz rasgada que sacudía las conciencias convertido en un moderno juglar.
Lo curioso de estos tiempos, como decía al principio, es que algunos poderosos de la política - nacional e internacional - ya no necesitan bufón: son ellos mismos los que se encargan de hacer las payasadas. Otro oficio más a extinguir, me temo, en este caso por competencia desleal.

martes, 7 de agosto de 2018

Mis veranos con Donna

Es paradójico y sorprendente que casi al unísono apareciesen dos géneros musicales tan dispares y contrapuestos como el punk y la música disco. Del primero hablaré otro día, pero en estas fechas, quizás por los sudores que provee el calendario, suele apetecerme darme una buena ducha de disco-music. Y si hay una artista que represente este estilo es la gran Donna Summer.
No estaba en su mente convertirse en la primera dama del amor, ya que comenzó su carrera en los musicales y la música melódica. Pero unos avispados productores, Georgio Moroder y Pete Bellotte, transformaron a esa jovencita de color y algo rellenita en una diosa de ébano que hizo suspirar a varias generaciones. En su éxito inicial, aparte de su fabulosa voz, mucho tuvo que ver su sensualidad ya que, tras ser convocada a grabar unos eróticos gemidos destinados al disco de otro artista, la experiencia acabó convirtiéndose en su primer éxito, inundando las discotecas alemanas primero, las europeas más tarde y todo el mundo poco después con su tórrida Love to love you baby.
Sin hacerle demasiada gracia el encasillamiento en el género disco-sexual, no le quedó otra que explotarlo hasta que estuvo mejor posicionada, y sus siguientes discos, A love trilogy y Four seasons of love continuaron tan plagados de momentos de éxtasis vocal que los críticos de la época bromeaban calculando el numero de orgasmos a los que podía llegar la Summer en cada grabación.
Se deshizo del sambenito de ´gemidora oficial' en su precioso disco I remember yesterday, obra maestra del genero discotequero donde, con la ayuda del omnipresente Moroder, transitaba por diferentes estilos musicales, algunos muy jazzisticos, para terminar con otro referente del género, la galáctica y electrónica I feel love, todo un tratado de cómo hacer música de baile de calidad.
Finalizando los setenta y con el género enfilando su declive apareció en 'Por fin ya es viernes' -  film solo aprovechable por su banda sonora -, publicó un directo maravilloso, Live and More, y cerró década con otro gran disco, Bad Girls, que contenía el fabuloso Hot stuff, que algunos piensan se compuso mucho después, pues volvió al número uno años más tarde tras su inclusión en aquella divertida escena de la cola del paro en Full Monty.
Nunca volvió a alcanzar las cotas de popularidad de esta época, pero yo lo achaco a que la música de baile cambió para irse simplificando y vulgarizando a marchas forzadas. Ahora escucho los artificiales temas que fabrica gente como el afamado David Guetta y es cuando más echo de menos aquellos maravillosos veranos con Donna.

martes, 31 de julio de 2018

Hijos de Afrodita


Las únicas referencias sobre Grecia en mi niñez fueron la entonces princesa Sofía y ese sabroso pan griego que mi madre me compraba en la confitería La Colmena, aquella que estaba junto a Rio Preto Radio.
Sin embargo, ya metido en la adolescencia, fueron dos barbudos algo orondos y de extraños nombres los que me pusieron al país heleno en el mapa.
Evangelos Papathanassious y Artemios Ventouris Roussos – más conocidos como Vangelis y Demis Roussos -  hicieron en los setenta más por popularizar su país que aquellos famosos pensadores con los que nos martirizaban en clase de filosofía.
Tras sus primeros escarceos musicales emigraron por dos motivos: el pobre futuro que la industria discográfica helena les ofrecía y unos cuantos coroneles que poco margen les iba a dar en lo artístico. Cosas de las dictaduras, ya se sabe.
Se puede pensar que el nombre de la banda que los dio a conocer - Aphrodite´s Child - proviene de la mitología de su país de origen, pero realmente lo extrajeron del título de una canción de Dick Campbell, un tipo que iba a ser el competidor de Dylan y se quedó en ‘agua de borrajas’. Con ese rimbombante nombre intentaron desembarcar en el swinging London, pero ese mayo del 68 estaba algo movido y quedaron atrapados en París, viviendo las revueltas en primera fila.
Solo grabaron tres discos con la legendaria formación, dos de ellos encuadrados en el pop psicodélico de la época y un tercero y último considerado una joya del rock progresivo. Adelantándose a los mismísimos Maiden, lo llamaron 666.
Las ideas musicales de los dos griegos iban por derroteros diferentes y aunque en el futuro colaboraron en ocasiones, tras ese apocalíptico disco decidieron seguir caminos separados. Roussos engordó aún más, se enfundó en sus largos chalecos, altas botas, collares hippies y anchas túnicas y pasó muchos años susurrándonos bellas melodías con su voz aguda y con vibrato - ¿os acordáis del triki triki? - , y Vangelis progresó disco a disco en su investigación de todo tipo de sintetizadores, especializándose en musicar imágenes en movimiento. Siempre que observamos una gran hazaña deportiva a cámara lenta la asociamos a su eterna melodía de Carros de fuego, pero en su larga y variada carrera ha tenido tiempo para experimentar con el jazz, la música experimental, la electrónica o la world music. Su legado musical es más que notable.
A día de hoy, siempre que en los telediarios aparece la maltrecha,  rescatada y ahora desgraciadamente calcinada Grecia no dejo de acordarme de esos dos aventureros que, para mí gusto, generaron más riqueza que su paisano Onassis.

martes, 26 de junio de 2018

Rumore, rumore



¿Recuerdan una telecomedia de los setenta llamada Soap? Aquí, de forma curiosamente acertada, fue conocida como Enredo, ya que quizás no hubiésemos entendido que en Norteamérica denominan soap opera a los culebrones televisivos. La cosa iba de divertidos líos de familia plagados de rencillas, adulterios, relaciones con la mafia y hasta asesinatos. En ella, por cierto, se dio a conocer un jovencito Billy Cristal.
Pues si hay una banda de rock que mereciese protagonizar un culebrón de este calibre son los Fleetwood Mac. A final de los sesenta sus fundadores – Fleetwood, McVie y Green – dejaron en la estacada al bluesman John Mayall y comenzaron a predicar la palabra del blues por su cuenta en su Inglaterra natal. Tres años y algún hit después su guitarrista, Peter Green, comenzó a dar muestras de inestabilidad mental- querer donar el dinero de la banda a la caridad fue una de sus ocurrencias - hasta que decidió abandonarlos.
A partir de ahí todo fue un entrar y salir de músicos. Unos desaparecían a mitad de gira para unirse a una secta; otros, debido a la fama, la carretera y los abusos, iban dilapidando neuronas a gran velocidad. Incluso alguno se tomaba demasiadas confianzas con las esposas de sus compañeros. Para colmo su manager montó una banda de igual nombre en paralelo y la lanzó de gira. Lógicamente acabaron en los tribunales.
Conforme abandonaban el blues y se acercaban al pop de la costa oeste las cosas se complicaban aún más, con las féminas entrando en juego: primero con la pianista Christine Perfect, reconvertida en McVie tras pasar por la vicaría con el bajista co-fundador y, algo más tarde, con la entrada del tándem formado por Lindsay Buckingham y su joven y bellísima novia Stevie Nicks, la cual se transformaría en una de las mayores sex-symbol del rock. En cuanto la formación mixta comenzó a rodar, aumentaron los líos;  hubo tantas cornamentas de por medio que me resulta imposible detallarlas en tan escasas líneas. Curiosamente, en el periodo de mayor inestabilidad emocional e inmersos en el consumo de todo tipo de sustancias, esta curiosa ‘familia del rock’ parió el disco que los elevó a los altares de la historia de la música, Rumours, titulado así por la gran cantidad de cuchicheos y engaños que rodearon a su creación.
En nuestro país, despistados al final de la dictadura, mientras se fraguaba esta joya del pop nos dejábamos seducir por otra explosiva rubia, italiana en este caso, que casualmente también cantaba su particular homenaje a la rumorología. Algo es algo, pero entre Rafaella y la Nicks, me quedo con la norteamericana.

martes, 19 de junio de 2018

Dos sencillas personas



La edición, con motivo del mundial futbolero en el que estamos inmersos, de una guía para evitar problemas a los gays en el país anfitrión me ha recordado una historia que comienza con el gran Elton John autodefiniéndose como un hombre sencillo. Nada más lejos si echa un vistazo a su trayectoria, vital y musical, plagada de excentricidades y coloridos sombreros y gafas. Pero su música, que es lo que importa, siempre ha estado llena de imaginación y bellísimas melodías. Hace cuatro décadas editó uno de sus discos menos valorados, aunque muy especial para mí, A single man, el vinilo que ocupo el lugar número dos de mi entonces exigua discoteca casera. Su título no era más que un divertido juego de palabras que aludía a la soltería del cantante en esa época y, a la vez, a su supuesta sencillez, desmentida con la misma imagen de portada, en la que posaba, elegantemente ataviado, con el castillo de Windsor de fondo.
Esta grabación, aun habiendo cambiado a su letrista Bernie Taupin por un menos conocido Gary Osborne – nada que ver con Bertín – suena a gloria, con pianos cristalinos, grandes músicos de estudio donde destacaba el guitarrista Tim Renwick y ese aire a medio camino entre puro pop británico y ciertos toques americanos. Part-time love fue el single que llamó mi atención, con toques de la disco-music del momento. Madness - un alegato contra el terrorismo del IRA, lamentablemente vigente en nuestros días si cambiamos las siglas - me impresionó en su momento y lo sigue haciendo.
Sus incursiones jazzísticas como el new-orleans Big Dipper o la etérea Shooting star dejaban clara su versatilidad y buen gusto, y no faltaban baladas marca de la casa como el inicial Shine on through o el himno ‘Georgia’.
Recibió tantos palos de la crítica– a la Rolling Stone le faltó sentenciarlo a la cámara de gas – que prácticamente no giró con sus canciones y las condenó al ostracismo, salvo precisamente la más insulsa y simplona, A song for Guy, instrumental dedicado al chico de los recados del estudio fallecido durante la grabación. Aún así, una canción sin sustancia no empaña un disco realmente sólido. Y curiosamente, a pesar de las malas críticas, Rusia se estrenó editando por primera vez allí un disco del británico. Eso sí, la homofobia de los hombres de las estepas ya hacía acto de presencia, así que no dudaron en eliminar un par de canciones por supuestas alusiones a la homosexualidad. Cuarenta años después me parece vergonzoso que dos sencillas personas del mismo sexo sigan sin poder pasear de la mano por los dominios de Putin sin temerse lo peor.

martes, 12 de junio de 2018

Carta magna



Muchas son las obras de arte provenientes de un sueño. Quizás la más legendaria visión, por su trascendencia en la historia de la música, fue la de aquel hombrecillo que se le apareció a Lennon portando un pastel en llamas y gritándole ‘os llamareis The Beatles’.
Pues resulta que el título de uno de los dos nuevos discos del genio del piano moderno Brad Mehldau también emana del mundo de lo onírico. Según cuenta él mismo, hace unos años se despertó con el recuerdo de haber pasado un buen rato con el malogrado Philip Seymour Hoffman. El famoso actor - al que siempre recordaré por papeles tan redondos como el de Truman Capote – lo acompañaba en la biblioteca de una señorial mansión y le leía, con suave y melancólica voz, la Constitución de los Estados Unidos.
Lo más curioso e inquietante para el jazzista es que poco más de diez días después, Hoffman fallecía en su apartamento por una sobredosis de cocaína mezclada con heroína. Seymour reads the constitution es el título con el que finalmente ha bautizado tanto al disco como a la canción cuya melodía indefectiblemente asociará a aquella extraña escucha del texto legal por excelencia. Y nos vuelve a regalar una colección de joyas que pasan por las composiciones propias, las revisiones de algún clásico y sus habituales recreaciones de grandes composiciones del pop, que él convierte en los ‘standards’ de estos nuevos tiempos. Temas como Great Day de McCartney o Friends de los hermanos Wilson lo demuestran.
Aunque Brad no lo diga, estoy seguro de que, como cualquier pianista, también ha soñado con Johann Sebastian Bach más de una vez. Y After Bach, su segundo disco de este año - este hombre va sobrado de inspiración - no deja de ser, como diría Poe, un sueño dentro de otro sueño, en el que nos pasea por El clave bien temperado, dándonos su visión de esta obra del considerado primer gran improvisador de la historia.
Pero volviendo a los sueños, recuerdo también que la ya inolvidable melodía de Yesterday  sorprendió a su creador entre las sábanas, tanto que su provisional letra referenciaba a su desayuno. Así que, como en una carambola imposible, se acaban de unir los tres sueños, ya que la versión mccartniana del disco de Mehldau proviene del injustamente poco conocido disco del ex-beatle  Flaming Pie, titulado así en referencia al flameante pastel del sueño de su amigo John.
Como veréis, soñar suele dar buenos resultados en ocasiones como estas. Lo malo, como lamenta el propio Brad, es despertarse un día con un presidente como Trump. Eso sí que es una pesadilla de la que Phillip Seymour se libró.



miércoles, 6 de junio de 2018

Vestida de vida: Silvia Pérez Cruz




Un escenario oscuro y desnudo. Solo seis sillas. No hay atriles. Me gusta siempre observar ese espacio al llegar, el complejo entramado de cables, micrófonos e instrumentos, con la sensación de que cuanto más atiborrado lo encuentre mas va a ser la satisfacción final. Nada más lejos, en este caso.
Sin hacer ruido aparece, seguida de sus músicos, y comienza a entonar Cinco Farolas. La famosa máxima del 'menos es mas' se cumple a la perfección con Silvia Pérez Cruz.
Hace unos años mi hermana me hizo reparar en esta particular y personal cantante, catalana de nacimiento pero de raíces en puntos muy distantes de nuestra geografía. Desde entonces soy incondicional de su voz y su manera de entender la música, sin fronteras, sin barreras. Comencé a escuchar lo que conseguí de ella y descubrí su disco En la imaginación con el gran Javier Colina, o su colaboración en Voces de Perico Sambeat. Pero aún no había caído rendido a sus encantos hasta que, gracias a esos conciertos estivales con los que ‘La 2’ obsequia a los noctámbulos, la vi en la donostiarra Plaza de la Trinidad junto a ese extraordinario quinteto de cuerdas con el que ha recalado en Almería en el penúltimo concierto de su gira.
Si te enamora cantando, no es menos su encanto cuando la escuchas hablar. Su naturalidad rayana en lo infantil - dicho esto con admiración – es la de alguien capaz de buscar entre el público a su madre y saludarla feliz en pleno Festival de Jazz de San Sebastián.
Después llegó el cine, que ha terminado de catapultarla a lo más alto de nuestro panorama artístico. Primero su intervención vocal en la Blancanieves de Berger y después Cerca de tu casa, donde no solo cantó y compuso su banda sonora, sino que fue la actriz protagonista del reivindicativo film.
Me sabe mal contradecirla pero el pasado sábado no fue la primera vez que cantó en Almería. En septiembre del año pasado recaló por aquí de manera informal, atraída por su gran admiración hacia la mítica Sheila Jordan, y no pudo resistirse a subir al escenario de Clasijazz para compartir una canción con la norteamericana. Ahora se presentaba ya con honores en nuestro escenario más grande y yo diría que en sexteto, porque su voz se funde de forma perfecta con las cuerdas rasgadas.
Su espectáculo está pensado como un viaje emocional de una sencillez abrumadoramente inteligente y sus tonadas son un constante ir y venir por el orbe. Lo mismo nos lleva a Venezuela con Tonada de luna llena, pasa por el Perú de Mechita, nos enamora en portugués con el fado Extraña forma de vida o salta al Brasil de Gonzaga con Asa Branca. Experimenta con la jazzística Calaveras nada del argentino Fito Paez y también surge México en Mañana, un poema de la catalana Ana Maria Moix, haciendo un mágico dúo vocal con su violinista Carlos Montfort. Y no podían faltar las habaneras con Veinte años, a solas con su contrabajista Miquel Angel Cordero.
Momentos álgidos de la noche se producen con su famosa Ai ai ai o la conmovedora  No hay tanto pan, con un único apunte a la reciente actualidad política: ‘Ayer fue un día guay’ comentó, en referencia a la salida de palacio de cierto presidente.
Como si fuese posible aumentar aún más el nivel emocional, encaró el final del concierto con un Hallelujah que debió remover a Cohen y Buckley, allá donde estén ambos, Estrella de Morente y Habichuela - si, también puede abordar el  flamenco - y la habanera compuesta por sus padres que da nombre a su último disco, Vestida de nit. El final se lo reservó para el clásico de Sanchez Ferlosio, Gallo rojo, gallo negro, una canción que siempre parece estar de actualidad en este curioso país nuestro.
La cantante refirió una vez algo que Sheila Jordan señaló a una aspirante a cantante quejosa de una melodía que le había tocado en suerte: "Las canciones no son feas, tu las haces feas". Silvia no solo hace hermosa toda la música que toca, yo creo que hace un poco más bella la vida.

martes, 5 de junio de 2018

Las otras caras del rock


La primera ocasión en la que me lo eché a la cara fue siendo yo aún muy joven, a finales de los setenta. Apareció durante una gala benéfica de UNICEF que nuestra entonces primera - y única para los almerienses - cadena nos regaló una noche de mayo del 79.
Entre las edulcoradas actuaciones de los hermanos Gibb, el gran John Denver, los entonces ya míticos ABBA o la bellísima Olivia Newton-John, el impacto fue brutal cuando se coló en nuestras pantallas un espécimen claramente fuera de lugar en esa ‘plantación de azúcar’ convertida en escenario: un rubio con pelos de pincho y gorda narizota que, con una ‘discreta’ chaqueta de piel de leopardo y embutido en ajustados leggings, se contoneaba de forma provocativa y nos preguntaba con descaro si pensábamos que era sexy. Su áspera voz dejaba claro que por su garganta habían pasado ya muchos litros de buen whisky escocés y otras bebidas espirituosas: ahí estaba Rod Stewart y yo, tan bisoño en música como en primaveras, pensé que se trataba de un nuevo artista. Desconocía en ese momento que el británico tenía ya un bagaje más que envidiable en el circo del rock.
Despuntó en el Jeff Beck Group y ahí hizo piña con el posterior ‘stone’ Ron Wood. Juntitos dejaron al guitarrista colgado para formar parte de uno de los quintetos más míticos y de culto de la historia: The Faces.
Surgidos de una escisión de los psicodélicos Small Faces con otro mito al frente, Ronnie Lane, esta banda setentera le podría haber disputado el trono del rock´n´roll a los mismísimos Stones de no haber sido por una serie de circunstancias que les llevaron a durar un suspiro y solo grabar cuatro discos. Eso sí, a cual más imprescindible.

Posiblemente lo que más lastró a la banda fue el inmediato triunfo de Stewart, que no se cortó un pelo de su rubia cabellera en iniciar su mediática carrera en paralelo, logrando tener más éxito y repercusión en solitario que junto a sus colegas; muchos empezaron a considerar al resto de la banda como meros acompañantes del aguardentoso cantante. También los Stones, quizás sintiendo el aliento de la competencia en sus satánicos cogotes, y cual gran equipo de balompié, rompieron la baraja y ficharon a Wood y al pianista McLagan, dejando prácticamente en cuadros a la formación. Un verdadera pena, porque la historia nos ha mostrado que la carrera del rubio de origen escocés nunca tuvo mejor momento que los años que compartió con los otros cuatro lados de ese pentágono. Últimamente se le ha visto intentando cantar standards de jazz. Alguien debía recordarle que su voz está hecha solo para el rock´n´roll.