martes, 24 de abril de 2018

Guitarras chinas en Cartagena


Que hay discos que te marcan es algo que no tiene que contarme nadie porque mi vida está llena de ellos. Pero me encanta encontrar por el camino a compañeros que te cuentan la historia de esa grabación que le cambió la vida. Y la de Fernando Rubio está claro que dio un giro cuando escuchó aquel triple vinilo llamado ‘The last waltz’, donde una de las bandas más míticas de la música americana, ‘The Band’, decían adiós a una carrera corta pero tan intensa como solo el rock puede proporcionarte. Pero Fernando no estaba en el sur de los EEUU, sino en el de nuestro país y muy cerca de aquí,  en una ciudad también llena de historia: Cartagena.
El azar hizo que hace casi dos años nos conociésemos en un escenario muy alejado de nuestros calores sureños, en la burgalesa localidad de Frías. Y allí, oh casualidad, participábamos en un festival que conmemoraba los cuarenta años de ese mítico concierto, ese último vals donde se dieron cita algunos de sus referentes musicales: Dylan, Neil Young, Clapton o Van Morrison.
Prácticamente unos minutos después de cruzar unas palabras nos subimos a ese escenario para calentar motores con la banda a la que ambos pertenecemos, Bantastic Fand.
Por eso es para mí tan especial que este gran guitarrista, compositor, cantante y arreglista, presente su segundo trabajo en solitario que, en mi opinión, es el que va a hacer que se le empiece a considerar como merece.
Y es que pocas veces se sienta uno a escuchar un disco en el que el resultado final sea tan superior a los medios con los que ha contado para su realización. Sonido impecable, arreglos preciosistas y variados, unos músicos – casi todos de su tierra – dándole un soporte fabuloso en cada una de las composiciones. Y mucho trabajo y corazón, claro.
La mano “bantastica” ha sido larga y prácticamente toda la banda participa en mayor o menor medida, pero también otros colegas de Rubio que lucen al mismo nivel. Escuchareis ecos de Dylan o Young, pero también de los de Liverpool, sobre todo Harrison, incluso del Petty más británico o de bandas como The Cars, con temas que rozan el power pop, aunque prima el ‘americana’, con gotitas de blues y soul. Alterna temas que evocan al sol de invierno o la contemplación de las perseidas en una noche de verano, con otros más enérgicos en los que recuerda a viejos amigos que lo daban todo en el escenario o evoca a sus demonios más internos. Pero su filosofía podría resumirse en el que da título a su trabajo: no importa lo que hay detrás de cada artista si su canción te llega al alma, aunque para ello se ayude solo de una guitarra china barata.

martes, 17 de abril de 2018

Mola

Es injusto que una carrera brillante te deje mal sabor de boca y algo así pasó con aquel fallido intento de conexión con las nuevas generaciones llamado “Mola mazo” que dio tanta vergüenza ajena al escucharlo como cuando algún familiar de cierta edad te suelta  “vas a dar un voltio” o “guay del Paraguay” y no sabes dónde meterte.
Uno vale lo que su obra completa y no hay que juzgar por un pequeño patinazo. Así que hace poco, debido a ciertas coincidencias, decidí bucear un poco en la discografía de nuestro alcoyano universal, ese Camilo que hizo realidad eso de la ‘fe en tus posibilidades’ que tanto se asocia a su ciudad.
De allí salió bien joven dispuesto a comerse el mundo con ‘Los Dayson’ en un Madrid sesentero donde se adivinaban colores tras tanto blanco y negro. Como mandan los cánones – los triunfitos poco saben de eso – pasó momentos de miseria, alternados con golpes de suerte como sus apariciones en algunos films de la época, “Los chicos del Preu” o “Hamelin”, ya como voz cantante en ‘Los Botines’.
Punto de inflexión fue su mili, en la que recaló en nuestra Almería. Cuentan los veteranos que algunos fines de semana acudía a la terraza del Club Náutico y los ‘Teddy Boys’ le invitaban a cantar “Please release me”.
Tras el parón militar su suerte cambió de un brinco: Juan Pardo reparó en él y lo puso en la órbita musical del momento. No solo era una buena voz y una cara bonita – las féminas se lo rifaban – también tenía talento para la composición. De su mente surgieron éxitos que han pasado a la historia de la música melódica en castellano: “Algo de mí”, “Quieres ser mi amante”, “Jamás”, la deliciosa “Melina” o ese himno llamado “Vivir así es morir de amor”. Hito en su carrera fue la aventura ‘superstar’, arriesgando en lo artístico y en lo económico cuando en nuestro país no había más musicales que las revistas de Lina Morgan. Con la ayuda de Teddy Bautista dejó para la historia unas representaciones y una grabación alabadas por el propio Lloyd Webber
Voz fascinante, talento para contar el amor, actitud y profesionalidad impecables en los directos – nuestro Chipo da fe, que se lo cruzó más de una vez por los escenarios -  y, por supuesto, su buena planta, hicieron de Camilo una súper estrella en los 70. El agotamiento, su paternidad y algunas “movidas” – las musicales y alguna personal - apagaron su estrella poco a poco en esta España que tan poco aprecia lo suyo. En su segundo disco – quizás mi favorito – decía ser “Solo un hombre”. Creo que fue algo más, así que dejad a un lado los prejuicios y escuchadlo con tranquilidad. Os vais a sorprender.

martes, 10 de abril de 2018

Nos vamos de celebración


Eran días de continuos descubrimientos musicales aquellos inicios del ya lamentablemente extinto festival de jazz de nuestra ciudad. En sus primeras ediciones se concentraban en tres jornadas todas las posibilidadesde deleitarnos con grandes músicos de calado internacional que se dejaban caer por un Cervantes que aún no había tocado fondo y vuelto a resurgir.
Ese 1987 fue el mismo en que un bluesman de faz demoniaca llamado Albert Collins nos dejó con la boca abierta saliendo hasta El Paseo guitarra en ristre. Pero un par de días antes dos sencillos guitarristas nos ‘volaron la cabeza’ a más de uno en las butacas de nuestro querido teatro.
Esa  noche yoiba con la intención de disfrutar del guitarrista de moda en el jazz-rock, John Scofield, pero me di de bruces con una sorpresa y que la música te pille desprevenido es una de las sensaciones mássatisfactorias de la vida del melómano. Y ocurrió con Eduardo Niebla y Antonio Forcione, unos músicos desconocidos para un aficionado al jazz de provincias. Armados solo con dos guitarras acústicas esa pareja me iban a dejar tan impresionado que el concierto de Scofield me supo a poco.
Recuerdo con claridad el prístino sonido que sacaban de esas doce cuerdas, que no solo usaban como guitarras, sino también como bajos o instrumentosde percusión, aderezando algunas interpretaciones con suaves sonidos sintetizados que, en su justa medida, daban un toque más mágico. Por momentos mehacían recordar al mejor Django y en otros se escoraban hacia los sonidos flamencos o la fusión con otras músicas étnicas, todo ello puesto al servicio de una elaborada técnica, dominio de la improvisación y una complicidad sorprendente entre ambos.
Vivamos en una Almería culturalmente muy  aislada y para encontrar su último L.P., una joya llamada “Celebration”, aproveché una estancia en la capitalrecorriendo algunas tiendashasta que lo pesqué en Ríos Rosas.La cafetería Gladys programó algún que otro conciertoy pocos años después repitieron allí, pero desde entonces no hemos tenido la suerte de volver a acogerlos. Hoy en día no continúan como dúo, aunque permanecen en activo con interesantes carreras.
De ese último concierto mi buen amigo Jose María encontró no hace mucho el pequeño programa de mano y, como si hechicería telepática se tratase, días después le sorprendí yo desde Candil con el especial dedicado a este disco.
Sicierro los ojos y pienso en esos días de mocedad jazzística siempre me viene a la cabeza una de las composiciones másmíticas de esta pareja: ‘For Vic’. Y escuchar esa canciónsí que es una auténtica celebración.

martes, 3 de abril de 2018

Inspirados por la sequía



No hace mucho hablaba del prog-rock como algo lejano al españolito de ‘a pie’. Pocas son las bandas patrias que se aventuran en esos terrenos porque, como en los jazzísticos, no es suficiente con voluntad e imaginación, también hay que dominar los instrumentos. Pero tiene que haber excepciones que confirmen la regla y precisamente de una ciudad que, como la nuestra, cuenta con un rio que no lleva agua surge una banda a la que, para darle algo más de lustre, sus fundadores deciden optar por la lengua de Shakespeare y llamarla Dry River.
En sus tres trabajos en estudio hasta la fecha demuestran un virtuosismo apabullante, una imaginación desbordante y, para completar el cuadro, un particular sentido del humor. Empezaron acercándose a un mundo de payasos y trapecistas con ‘El circo de la tierra (2011)’, continuaron analizando - a su manera - las relaciones de pareja en su fabuloso ‘Quien Tenga Algo Que Decir... Que Calle Para Siempre (2014)’ pero el "puñetazo en la mesa" a nivel musical lo han dado con una historia de viajes en el tiempo llamada ‘2038’.
Inspirados al ver a los viejos Zeppelin en la ceremonia del Kennedy Center Honors recibiendo un homenaje y emocionándose como los ancianitos que ya son, estos castellonenses bromean con la situación hasta el punto de caracterizarse ellos mismos de abueletes recibiendo su propio homenaje treinta años después. Esta es la excusa para elaborar una de las producciones del rock patrio más impresionantes y contundentes que he podido escuchar en los últimos años. Dry River son capaces de incluir, dentro de un mismo tema, aromas a Queen, Pink Floyd, Dream Theater, Asfalto o Bloque, y mezclarlo todo con toques de metal, AOR, swing, soul o, y que dios los perdone, pop.
Con esos ingredientes desarrollan temas tan impresionantes como el inicial ‘Perder el norte’, el épico canto guerrero llamado ‘Peán’,  mezclan puro metal con un estribillo pop en ‘Rómpelo’  o hacen concesión a la comercialidad desde la ironía – puristas abstenerse - con su ‘Me pone a cien’. Si nos ponemos tiernos también cuentan con joyas como ‘Al otro lado’, un intento de blues que se les va de las manos transformándose en puro soul sinfónico que hubiese hecho las delicias del mismísimo Mercury. Y dejo para el final la power ballad más intensa que he escuchado en mucho tiempo, ‘Me va a faltar el aire’, donde su cantante, Angel Belinchón – a quien no importa que se le encuentren similitudes vocales con cierto alcoyano universal - , pone toda la carne en el asador. Me resta – aunque me consta - comprobar la contundencia y genialidad de su directo, así que espero que no tengamos que esperar treinta años en nuestra ciudad para que el "Riu sec" se mezcle con nuestro Andarax.