martes, 3 de abril de 2018

Inspirados por la sequía



No hace mucho hablaba del prog-rock como algo lejano al españolito de ‘a pie’. Pocas son las bandas patrias que se aventuran en esos terrenos porque, como en los jazzísticos, no es suficiente con voluntad e imaginación, también hay que dominar los instrumentos. Pero tiene que haber excepciones que confirmen la regla y precisamente de una ciudad que, como la nuestra, cuenta con un rio que no lleva agua surge una banda a la que, para darle algo más de lustre, sus fundadores deciden optar por la lengua de Shakespeare y llamarla Dry River.
En sus tres trabajos en estudio hasta la fecha demuestran un virtuosismo apabullante, una imaginación desbordante y, para completar el cuadro, un particular sentido del humor. Empezaron acercándose a un mundo de payasos y trapecistas con ‘El circo de la tierra (2011)’, continuaron analizando - a su manera - las relaciones de pareja en su fabuloso ‘Quien Tenga Algo Que Decir... Que Calle Para Siempre (2014)’ pero el "puñetazo en la mesa" a nivel musical lo han dado con una historia de viajes en el tiempo llamada ‘2038’.
Inspirados al ver a los viejos Zeppelin en la ceremonia del Kennedy Center Honors recibiendo un homenaje y emocionándose como los ancianitos que ya son, estos castellonenses bromean con la situación hasta el punto de caracterizarse ellos mismos de abueletes recibiendo su propio homenaje treinta años después. Esta es la excusa para elaborar una de las producciones del rock patrio más impresionantes y contundentes que he podido escuchar en los últimos años. Dry River son capaces de incluir, dentro de un mismo tema, aromas a Queen, Pink Floyd, Dream Theater, Asfalto o Bloque, y mezclarlo todo con toques de metal, AOR, swing, soul o, y que dios los perdone, pop.
Con esos ingredientes desarrollan temas tan impresionantes como el inicial ‘Perder el norte’, el épico canto guerrero llamado ‘Peán’,  mezclan puro metal con un estribillo pop en ‘Rómpelo’  o hacen concesión a la comercialidad desde la ironía – puristas abstenerse - con su ‘Me pone a cien’. Si nos ponemos tiernos también cuentan con joyas como ‘Al otro lado’, un intento de blues que se les va de las manos transformándose en puro soul sinfónico que hubiese hecho las delicias del mismísimo Mercury. Y dejo para el final la power ballad más intensa que he escuchado en mucho tiempo, ‘Me va a faltar el aire’, donde su cantante, Angel Belinchón – a quien no importa que se le encuentren similitudes vocales con cierto alcoyano universal - , pone toda la carne en el asador. Me resta – aunque me consta - comprobar la contundencia y genialidad de su directo, así que espero que no tengamos que esperar treinta años en nuestra ciudad para que el "Riu sec" se mezcle con nuestro Andarax.

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